La educación de los niños para el consumo
Viliulfo Díaz.AbogadoEn Alemania hay un dicho que recuerda a los padres la importancia que tiene la educación temprana de los hijos: “lo que Juanito no aprende, no lo aprenderá Juan”. Naturalmente a cierta edad, según suelen decir los expertos, la educación será más bien fisiológica, pero pronto llega el momento en que debe transformarse en intelectual, ética y permitir que se aprecien unos valores eternos, que por serlo, existen, aunque no se pueden elegir.
En este ámbito de la educación para el consumo, al seguir siendo verdad, que no hay nada nuevo bajo el sol, ya en el siglo XIX, nos habló de aquella un intelectual inglés, John Ruskin, que combinó sus profundos conocimientos económicos con los del arte y las ciencias sociales y que señaló las dos maneras de entender el consumo: como un capital para producir nuevos productos, y como el medio de satisfacer una necesidad, aspecto este último, sobre el que se van a hacer algunas breves observaciones.
Enseñar a los hijos a consumir sabiamente no es tarea fácil y menos cuando se vive en una sociedad en que triunfa un consumismo desbordante y a veces alocado, que si bien no cabe negar que puede contribuir, en una cierta manera, a crear empleo y avivar el espíritu empresarial, cuando se refiere a la administración familiar puede tener escasos beneficios y más bien perjuicios, a veces irreparables.
Decíamos que el educar para el consumo no es fácil por dos razones fundamentales: la primera porque hay hogares que a las ocho de la mañana quedan desiertos, dado que los padres van a sus propias ocupaciones y los niños a la escuela, lo que no deja excesivo tiempo libre para dedicarse a este tipo de educación, y la segunda, por la desaparición de la “sala de estar” – cuando no era una sala para “no estar”, al hallarse dedicada sólo a las visitas – en que tras la comida del mediodía, siempre había una tertulia familiar en que se comentaban los sucesos del día y en que los hijos solían aprovechar para expresar sus deseos: tener una bicicleta, comprar un determinado libro o una prenda, que al estar de moda, veían usaban sus amigos, y en que las palabras que más se pronunciaban por los padres eran las de “barato, caro, útil, inútil, adecuado a la edad o no adecuado…”
Precisamente por la reducción progresiva de la interrelaciones familiares, han ido surgiendo instituciones o academias que dotados de un profesorado especializado, ofrecen sus servicios a los padres para educar a los niños a consumir, cómo gastar, y hacerlo razonablemente, formación que les valdrá, más de una vez, para administrar también la economía de su próxima familia.
Es evidente que hasta llegar a cierta edad la gente menuda, no usará dinero y apenas distinguirá entre los deseos y las necesidades y que ha de ser el educador quien irá haciéndoles ver, que generalmente, solemos desear más cosas de las que necesitamos y que será necesario mantener un prudente equilibrio entre ambos conceptos, teniendo en cuenta las posibilidades económicas de los padres y un poco después, las posibilidades económicas propias de sus hijos.
Cuando se vayan asimilando las enseñanzas que se les impartirán para disponer de cierta cantidad para sus propios gastos, podrán deliberar sobre lo que les conviene, adquirir o no, serán capaces de elegir lo que más asequible, según las circunstancias en que se encuentre, alejándose así de llegar de adquirir los rasgos de lo que podíamos llamar, “niño caprichoso”, que querrá imponer a sus padres, que debe “tener todo, poder todo, y querer todo” lo que le venga en gana, con lo que las dificultades en las relaciones familiares se nublarán un poco.
En este aspecto va a jugar un papel fundamental el establecer cuál será “la paga semanal” para los gastos que los hijos puedan hacer hasta que abandonen el nido y que vendría condicionada por la situación económica de las familias y por factores tales como las relaciones sociales que aquellos mantengan, sus gustos predominantes, y en general, cuanto pueda llegar a ser un deseo, que correrá siempre el riesgo de transformarse en una necesidad, tal vez inexistente.
Cuando el gasto no se ajuste a unas reglas razonables, podríamos decir, con una aplicación adaptada a estos casos de la Ley de Gresham, que el dinero mal gastado “desalojará” la cartera del niño en que tenga cuidadosamente guardado su pequeño capital.
Pero, ¿de dónde procederá la “paga”? La fuente normal será las cantidades que le proporcionen sus padres, con sus tradicionales complementos (cumpleaños, día de Reyes, Navidades) y con frecuencia, cuanto provenga de la generosidad, casi siempre existente, por parte de los abuelos.
Pero sería incompleta la educación para el consumo de los niños, por excelente que fuera el profesorado, si no estuviera acompañada a nivel familiar, por el ejemplo de los padres, cuyo comportamiento, los niños y jóvenes observarán siempre con atención y que de no coincidir con el contenido de la enseñanza recibida, les obligará a escoger entre aquella o la que a diario contemplan.
En cualquier caso el empleo, por parte de los niños y jóvenes del dinero de que dispongan no deberá llevarles a practicar una vida ascética, ni tampoco sumirles en el derroche. En esto, como en tantas otras cosas en esta vida, el punto medio, en cualquier tipo de conducta, resultará aconsejable.
Pero, ¿Qué del ahorro? ¿Será posible con el importe de su “paga? Lo que sucede siempre en esta materia es que ahorrar exige un sacrificio, mayor o menor, pero aunque se reduzca a ser casi simbólico, siempre aportará al niño que lo practique, un desarrollo de su sentido de la responsabilidad, cualidad esencial en este aspecto y en otros muchos, como ciudadano. Yo recuerdo siempre, cómo hace ya muchos años, algunas instituciones bancarias regalaban a los hijos de sus clientes aquellas huchas de barro con su tentadora ranura, relojes que a la vez tenían un departamento para introducir lo ahorrado. Hoy, como la tecnología se impone, ha aparecido desde hace algún tiempo una hucha especial, la llamada “digital coin counting money jar”, que tiene una particularidad especial consistente en que cada vez que se introduce una moneda en su amplio recipiente de cristal, en un cuadro situado en la parte superior, aparece la cantidad exacta de que dispone el usuario, lo que le permitirá ver a cuánto asciende el ahorro, y una vez llena podrá llevarla a su Banco y abrir una cuenta corriente, que será el principio de una vida futura de buena administración en cuanto al empleo del dinero se refiere.
El arte del saber consumir se expresó por Fernando de Rojas en La Celestina de una manera más que clara: “No los que poco tiene son pobres, sino lo que mucho desean”
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